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Mensaje por Hank Jue 27 Jun 2013 - 10:31

acabo de encontrar el texto que me dió entrada al Popu, ni lo recordaba, ... por eso he querido compartirlo con aquellos que puedan sentir interés, .... jeje

Hace años, más de veinte, cayeron en mis manos unas grabaciones en cassette del maestro Neil Young. Desde ese primer momento supe que algo había cambiado dentro de mí. Fue como una mutación indolora. Un proceso lento pero seguro. La extinción de la inocencia a través de los poros de la desolación. El mal llamado padre del grunge se mostraba como un personaje antiguo clavado en la modernidad más desconcertante. Su música era dulce pero salvaje a la vez. Claustrofóbica y relajante. Esos discos, Zuma, American Stars n Bars y también, Harvest, sonaban a novedad, incluso a futuro.

Desde entonces la música de raices americana, o sea esa sonoridad heredera del más puro country, del más genuino folk e incluso del más primigenio rock, pasó a ser lo más importante. Por supuesto que transcurrieron esas eras fascinantes, donde bandas como Sepultura o Pantera, lo cambiaron todo. Sin embargo, esa semilla inicial, original y desconocida, estaba incrustada en el alma de un pobre soñador.

Decenas de estilos, bandas, sonidos han acompañado nuestras mortales vidas durante las últimas décadas y solamente uno permanece vivo e incandescente, ahora que se inicia otra década que promete ser muy grande.

Puedo decir que la soledad no ha dejado de acompañarme. Quizá expresada a través de esos cánticos del sur de EEUU que nadie parece querer comprender. De hecho muchas veces me pregunto porque Hank III no es DIOS y nosotros sus discípulos de barro. Golpeo mi cabeza de manera metafórica intentando encajar dentro de las pasiones actuales que nos llevan a sucedáneos de la magia de antaño.

Por supuesto que existen bandas de gran calibre. Formaciones rockeras nacidas de la llama de la esencia tradicional. Canciones y también discos que nos han dejado gran sabor de boca. Como no citar a gente como Supersuckers, los Social Distortion del prepotente Mike Ness, los cerdos y salvajes y reales Nashville Pussy, los clásicos, modernos y rotundos The Reverend Horton Heat, y tantas y tantas bandas más. Grandes bandas con grandes carreras bajo sus brazos.

Podría hacer listas y listas y más listas, incluyendo montañas de artistas que han formado parte del ayer, del hoy y seguramente del mañana. En algunos casos desconocidos u olvidados que nos han brindado obras como Minor Works del sentimental J. Tillman. Discos de los que casi nadie habla, tal como el Time will Fuse Its worth de Kylesa. Odas al dolor en el éxodo desde el continente africano, imposible olvidar el Moffou de Salif Keita, personaje como pocos que ahora vive desterrado de su natal Mali, seguramente maldito en la lejana Canadá. Y así podría seguir, como he dicho, por días, semanas y hasta meses. La lista es larga y la mente va perdiendo esa capacidad de abrazar todo lo escuchado, sentido, venerado.

En estos tiempos de volatilidad artística en la que los discos llueven de manera gratuita desde todas las atmósferas, a veces perdemos el control, la capacidad de valorar lo que escuchamos día a día, sintiendo por momentos que nos hemos perdido por siempre en esta maraña de sobre información y cultura. No hay duda de que los melómanos hemos perdido la pista de la lógica más contundente y preferimos ahogarnos en una piscina de placer sonoro, pero joder, yo creo que valdría la pena salvarse. Dedicarse a la pasión autentica y dejarse de pendejadas por siempre jamás.

Siento que mi pasión por el desierto me entregó a Parsons, a Kyuss y a todos esos sonidos de arena y desolación. Cuando recuerdo una de mis visitas a Joshua Tree, no puedo por menos sentir que no podría haber sido de otra manera y no podría haber acontecido en otro lugar. USA y sus extensiones, sus contradicciones y esa música nacida del pasado tortuoso y esclavo. Escuchas a esos primeros músicos y sus llantos de desesperación y sabes y confirmas que sin dolor no hay arte y mucho menos trascendencia.

El insecto picó en mi sangre, envenenándola de manera perenne. Alegría en mi pesadumbre e incluso un sentimiento de lástima de no pertenecer a esa magia tan adorable. Podías chupar, lamer la superficie, saboreando solamente un poco de toda aquella realidad. Y caminabas un poco más, quizá unas 1000 millas, seguramente algunas más. Pisabas ese estado tan gigantesco, donde lo mediocre se mezcla con lo brillante. Extensos territorios llenos de misterio y músicas que aletean día a día.

Austin me miro a los ojos y fue amor a primera vista. Bella y pequeña, diminuta y llena de pasión. Con sus noches calientes de orgías sonoras. Creo que las palabras se convierten en vacuidad al lado de lo vivido, al lado de lo experimentado. Esas primeras tomas de contacto con la música country. Dale Watson, Chaparral, Alvin Lee y tantos otros desconocidos para la mayoría de mortales. Y todas esas imágenes se agolpaban en tu mente, que no podía por menos asociar ideas, fotogramas clásicos de Clint Eastwood, lugares lejanos y perdidos y películas de crónicas de carretera sucia y polvorienta.

Admitir que todo eso rockeaba más que la vida misma no dejaba de ser un cliché, pero que carajos, real a fin de cuentas. Ese primer sombrero de cowboy comprado en esa ciudad tan misteriosa como es San Antonio. Tatuajes, marcas en el cuerpo y en el alma por el resto de tus días.

Y entonces los grandes brotaron desde la nada y flotaron en la superficie, de una manera visible y exquisita. Los 4 Jinetes del Apocalipsis. Pero el Apocalipsis actual, ese que sabemos que llegara en semanas, en meses, quizá en menos tiempo. 4 seres adorables, como los 4 ases de la misma baraja. 4 eminencias que seguramente nunca venderán millones de discos, pero que sin embargo han salvado mi vida, ahora que voy a cumplir 38.

Joder. Que satisfacción hablar de ellos. Que jodido orgullo estirar la lengua y mal pronunciar sus nombres. Imagino que algunos ya están hasta los huevos de oírme hablar de ellos. Pero vamos, que no hay mal que por bien no venga, pues uno de los 4 ya ha sido portada del popu. El fue además el inicio de toda esta locura. Fue su increíble Risin Outlaw el que provocó esa continuidad, empujó toda energía, canalizándola de una manera perfecta. Consiguiendo sin lugar a dudas, algo que seguramente ni el mismo esperaba. No importaba de hecho ser nieto de uno de los más grandes, todo era realmente más complicado, pues tenía que romper las normas para que todo tuviera sentido. Y de que manera lo hizo. Y llegaron Lovesick, Broke & Drifting, y Straight to Hell, y Damn Right, Rebel Proud, y ahora Rebel Within. Y el resto es historia y se ha contado mil veces. Y a pesar de que ello no importa a la inmensa mayoría, Hank III es el Elvis del siglo XXI. Y no tengo duda de que su abuelo estaría de acuerdo conmigo.

Ha sido Hank III, con tan solo 37 años, el que ha colocado a la historia en su lugar. Y de él han nacido otros. Gemas galácticas en medio de la nada de EEUU. Sin ellos la razón estaría incompleta. De hecho hasta no tendría sentido y quizá serían Mastodon los putos amos del universo. Pero no.

Scott H Biram. El abogado del diablo. El hijo bastardo de Robert Johnson. Ese hombre que convirtió la vida en un blues salvaje y decadente. El solo. Solo él. Como si no hubiéramos tenido bastante, llego este hombre y nos regaló Graveyard Shift, y la luna cambio de color y todos esos jodidos demonios se cagaron de miedo. Fue la catarsis. Fue el día. Fue el antes y el después. Parece increíble sentirlo de esta manera y no poder compartirlo. Abrazarlo como si fuera de todos y pudiera convertirse en una orgia gigante. Pero no. Pero tampoco importa. Pues Scott lo hizo, y no lo hizo solo una vez, sino que desde sus inicios nos noqueo. Discazos de producción nula pero llenos de eternidad sonora. Grandioso Preachin & Hollerin. Desde la cama del hospital, Rehabilitation Blues EP. Y su clásico LO:FI Mojo. Y también ese disco que le puso nombre a su persona: The Dirty Old One Man Band. Para consagrarse con el poético, si puede llamarse así, Something´s Wrong/Lost Forever. Joder. El cuerpo me tiembla.

Gracias Hank. Gracias Scott. Y por supuesto que Wayne The Train Hancock merece otro de los ases. De hecho el inspiró al joven nieto de Hank Williams. Y de que manera. Llevando su quehacer mucho más lejos que nadie. Fabricando música de salón, de hecho con clase, olor a whisky y a hembra que quiere amarte, hasta dejarte exhausto en la cama de cualquier motelucho de mala muerte. Porque escuchar Tulsa es flotar por siempre. Las melodías  en Thunderstorms and Neon Nights (que titulazo) te embaucan, descontrolando lo poco que queda de ti. Escuchar A Town Blues y no sentir nada es como estar muerto y no haber nacido nunca. Un regalo del cielo de manos de alguien que quizá nunca estuvo vivo. Pues su música lo aniquiló antes de nacer.

Y como colofón el que se ha convertido en el amo del calabozo. El señor del todo. Injusto podría parecer tildar a un desconocido con semejante adjetivo. Corto me quedo. Bob Wayne es DIOS, es así de sencillo. Pero vino del otro lado de la vida. Grabar Blood to Dust no está en manos de los mortales, ni siquiera de los genios, de esos que pululan por la vida de vez en cuando. Y por supuesto que lo más increíble es que no será hasta este verano 2010 cuando por fin sus obras maestras vean la luz en formato físico. Bob ha reinado desde el anonimato. En una era donde cualquier mortal tiene myspace. Un tiempo donde grabar un disco es como comer rosquillas con anís. No podemos olvidar 13 Truckin Songs y el acojonante Driven by Demons. Creo que sus títulos lo dicen todo y es a través de sus canciones donde sientes la mordedura de Satanás, de esa manera tan elegante y sabia, olvidando por siempre que Bob es de Seattle y no de Tennessee.

Las palabras se agotan, fallan, son escasas y seguramente malas. Pero eso no importa, pues los nombres de estos 4 genios estarán por siempre en mi corazón.

Ojala más mortales fueran vivos con su música como banda sonora. Sino fuera por ellos yo podría estar muerto. Creo que es sencillo de entender. Ellos salvaron la música del siglo XXI.

Por supuesto que nada seria ni hubiera sido sin Buck Owens, Hank Williams, David Allan Coe y tantos otros, pero claro, cada uno tiene su tiempo en la tierra y la eternidad  en el más allá.
Hank
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