CINE ITALIANO -il topice-
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Re: CINE ITALIANO -il topice-





Bisset medio francesa también..definitivamente, cuidao con Francia!
deniztek- Mensajes : 119767
Fecha de inscripción : 12/08/2009
Re: CINE ITALIANO -il topice-
apenas controlo
pero
ammarcord
y la nave va
el ladrón de bicicletas
rocco y sus hermanos
los inútiles
roma ciudad abierta
saló
8 1/2
suspiria
cinema paradiso
fijaos si controlo poco que fellini me parece un repelente que mas que reirse de eso, te lo restriega (la dolce vita me parece infumable) y aun asi he tenido que poner 4 pelis suyas (aclaro que las 2 primeras me parecen obras maestras, a pesar de ser un puto repelente)
pero
ammarcord
y la nave va
el ladrón de bicicletas
rocco y sus hermanos
los inútiles
roma ciudad abierta
saló
8 1/2
suspiria
cinema paradiso
fijaos si controlo poco que fellini me parece un repelente que mas que reirse de eso, te lo restriega (la dolce vita me parece infumable) y aun asi he tenido que poner 4 pelis suyas (aclaro que las 2 primeras me parecen obras maestras, a pesar de ser un puto repelente)
alflames- Mensajes : 27116
Fecha de inscripción : 24/03/2008
Re: CINE ITALIANO -il topice-
@Intruder escribió:Ornella Muti
Ahivá! Bien visto.
deniztek- Mensajes : 119767
Fecha de inscripción : 12/08/2009
Re: CINE ITALIANO -il topice-

Una de mis debilidades: Monica Vitti y las 4 películas que hizo con Antonioni: La aventura, La noche, El eclipse y El desierto rojo. Delicatessen.
Karlos- Mensajes : 5626
Fecha de inscripción : 07/02/2009
Re: CINE ITALIANO -il topice-
@Karlos escribió:
Una de mis debilidades: Monica Vitti y las 4 películas que hizo con Antonioni: La aventura, La noche, El eclipse y El desierto rojo. Delicatessen.

Davies- Mensajes : 9219
Fecha de inscripción : 22/11/2011
Re: CINE ITALIANO -il topice-
Una mujer muy mala.


Gallardo- Mensajes : 7157
Fecha de inscripción : 24/06/2011
Re: CINE ITALIANO -il topice-

Muy grande en todos los sentidos. La historia del anarquista en el burdel esperando para matar a Mussolini.
Karlos- Mensajes : 5626
Fecha de inscripción : 07/02/2009
L'armata Brancaleone



Ojo cuidao, que hasta los Python les deben la vida a los italianinis.
uno cualquiera- Mensajes : 23217
Fecha de inscripción : 14/10/2011
Re: CINE ITALIANO -il topice-
La de Le llamaban Trinidad tocó recientemente en las votaciones para las 1.001 películas que hay que ver antes de forear. No me hizo especial gracia. Tampoco salió demasiado bien parada, aunque es bien cierto que allí votamos 4 pelaos. A ver si se anima más gente. Que también, ya que estamos en el topic de cine italiano, hay que decir que la inyusticia cometida en esas votaciones con La aventura de Antonioni fue dolorosísima.
BillyBudd- Mensajes : 11574
Fecha de inscripción : 02/07/2009
Re: CINE ITALIANO -il topice-
No mientas, que Antonioni no es italiano.
uno cualquiera- Mensajes : 23217
Fecha de inscripción : 14/10/2011
Re: CINE ITALIANO -il topice-
Por su estilo y forma de desenvolverse en el campo, yo siempre pensé que era argentino.
Gallardo- Mensajes : 7157
Fecha de inscripción : 24/06/2011
Re: CINE ITALIANO -il topice-
@Gallardo escribió:Por su estilo y forma de desenvolverse en el campo, yo siempre pensé que era argentino.
De esos que se pasaban todo el partio rompiendo los coglioni cantando tangos al oído mientras te marcaba, de hecho.
uno cualquiera- Mensajes : 23217
Fecha de inscripción : 14/10/2011
Re: CINE ITALIANO -il topice-
Sobre Alberto Sordi escribió esto Enric González en sus Historias de Roma
Mario Monicelli, para mí el mejor director de cine italiano, disfruta evocando una de las grandes frases de Alberto Sordi. Cedo la palabra a Monicelli: «Una tarde le comenté que, visto lo mucho que trabajaba, había seguramente ahorrado un montón de dinero, al menos mil millones de liras, quizá mil quinientos. Sordi me respondió: “¿Tú estás loco? Más, mucho más”. “Y entonces ¿por qué no te casas, por qué no fundas una familia?” El me salió con esta frase, completamente espontánea: “¿Y qué quieres que haga, que meta a una extraña en casa?”». Es una de las más mezquinas definiciones del matrimonio, pero no es de las más descabelladas: meter a una extraña, o a un extraño, en casa. En cualquier caso, la frase define sobre todo a Sordi: tacaño, egoísta, desconfiado, cobarde. Sordi fue esas cosas. Y, además, fascista. También fue, a su manera, un tipo maravilloso. Y encarnó como nadie la romanidad. Sordi fue Roma.
Valdría la pena pasar unos años estudiando italiano, y luego olvidarse un poco de él y adentrarse en el romanesco, sólo para escuchar a Alberto Sordi. La ciudad hablaba con su voz. Cuando filmó Ladrón de bicicletas, Vittorio de Sica (que como Anna Magnani y el propio Sordi había comenzado en la revista ligera romana) eligió a Albertone para un papel exclusivamente vocal: es la voz del vendedor de bicicletas en el mercadillo popular de Porta Portese.
Sordi nació en 1920 en el Trastevere y cantó en el coro infantil de la Capilla Sixtina. Eso marca. Quiso estudiar arte dramático en Milán, pero le expulsaron de la escuela por su exagerado acento romano. Fue la voz italiana de Stan Laurel (El flaco), cosa comprensible; también fue la voz italiana de Robert Mitchum, cosa mucho menos comprensible. Además de hacer doblaje, ejercía por las noches como cantante y bailarín de revista. Y durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de una banda de música del ejército fascista, como virtuoso de la mandolina. Eso también marca.
Fue un gran admirador de Mussolini y no lo ocultó años más tarde, cuando resultaba incómodo: «Mussolini se convirtió en el padre de los italianos y los vistió de uniforme porque, como cualquier padre de familia, no quería ver los defectos de sus retoños. Distribuyó a los jóvenes en diversas ramas institucionales que les proporcionaban todo lo que les hacía falta: la salud, el deporte, el estudio, el trabajo. Desecó los terrenos pantanosos e hizo todo cuanto aún se ve en las ciudades: el Foro Itálico, las escuelas, los barrios para pobres, el cine. Para mí, quizá porque coincidió con los años de mi adolescencia y mi primera juventud, aquélla fue una época bellísima, despreocupada, una especie de largo y dulce sueño. El antifascismo de aquel periodo estaba representado tan sólo por políticos que querían alcanzar el poder, mientras el ciudadano, el pueblo italiano, era fascista, es decir, se adecuaba al régimen y no se sentía descontento, al menos hasta que, sin darnos apenas cuenta, nos encontramos todos con un fusil en la mano». En el caso de Sordi, con una mandolina.
Albertone tardó en alcanzar el éxito. Tenía ya treinta y tres años cuando rodó dos películas con Federico Fellini, El jeque blanco e I vitelloni. Inmediatamente después de acabar I vitelloni trabajó con Steno (Stefano Vanzina), un gigante de la comedia apenas conocido fuera de Italia, que le dirigió en Un giorno in pretura (Un día en el juzgado). Sigue siendo una película divertida, pero el gran mérito de Steno consistió en permitir a Sordi que creara, con plena libertad, uno de sus mejores personajes: Nando Mericoni. Su impacto popular fue tan grande que Steno y Sordi recuperaron a Mericoni al año siguiente, 1954, como protagonista de Un americano en Roma.
Nando Mericoni, trasteverino como el propio Albertone, fue la primera caricatura sordiana, absolutamente feroz, del romano medio. Mericoni era arrogante con los débiles y servil con los poderosos, mentiroso, gandul, oportunista, gorrón. Y se empeñaba en ser americano. Ese es un rasgo que no ha cambiado desde Un americano en Roma y desde que Renato Carosone, en 1956, compuso Tu vuo' fa' l'americano: el romano, el italiano en general, es incapaz de decir cuatro frases sin soltar alguna palabra inglesa, pronunciada de forma extremadamente discutible. Para satisfacer esa pasión llega a prescindir de algunas de las más bellas palabras italianas. En gran parte del mundo se utiliza, para definir algo que va en aumento, la palabra crescendo. En Italia, no. Un italiano preferirá la inglesa scalation.
En 1959 Sordi protagonizó El moralista, otra sátira del italiano medio, hipócrita y sin más ideología ni principios éticos que sus intereses inmediatos, y uno de los grandes peliculones de todos los tiempos: La gran guerra, de Mario Monicelli. La gran guerra, con Vittorio Gassman como soldado milanés y Sordi como soldado romano, también caricaturizaba al italiano. Lo hacía, sin embargo, mostrando sus dos caras, la cómica y la trágica, la cobarde y la valiente: los soldados Jacovacci y Busacca, un par de inútiles capturados por los austríacos, están dispuestos a traicionar a su país y pasar información al ejército enemigo con tal de salvar la vida, pero no soportan el insulto de un oficial y se dejan fusilar por puro orgullo.
Sordi siguió caricaturizando en películas como El médico de la mutua, Il vigile o El taxista. Como director podría ser calificado de normalito, si no hubiera filmado Néstor, el último viaje: uno de los homenajes más bellos, duros y emotivos que se le han hecho a Roma. Para mí, Sordi alcanza en esa película el nivel del mejor Vittorio de Sica. Cuenta la historia de un viejo conductor de carrozas cuyo caballo, Néstor, no puede ya con su alma. El dueño de la carroza vende el vehículo a los estudios de Cinecittà y el conductor intenta salvar del matadero al caballo, al que considera un amigo. Al final no lo consigue. Las escenas del matadero son terribles, casi insoportables, y poca gente se animó a ver la obra. Lástima.
Se ha discutido mucho sobre dónde acababan las caricaturas de Sordi y dónde empezaba el propio Sordi. La cuestión es compleja, porque Albertone, que vivía con su hermana y su secretaria, gastaba poco, creía más en los curas que en los políticos y consideraba que Italia no tenía remedio, se parecía bastante a sus personajes. El gran debate, sin embargo, se centra en una pregunta: ¿por qué Sordi no tuvo éxito en el extranjero? Los grandes actores italianos (Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni), por no hablar de actrices como Anna Magnani o Sofía Loren, se convirtieron en ídolos internacionales. Sordi, no. Uno de sus biógrafos, Goffredo Fofi, ofreció una explicación: «Sordi es irrecuperable, es malvado, es nuestro yo oculto, es nuestro código extremo, es nuestra auténtica realidad. Sordi expone nuestro horror y nos libera de nuestro horror. Se podría añadir: Sordi es un cómico catártico, mientras los otros no lo son; los otros quieren gustarnos y nos gustan, mientras Sordi camina en dirección contraria: no quiere gustarnos ni complacernos, se diría que quiere disgustarnos».
Pier Paolo Pasolini, que fue un admirador declarado de Sordi, escribió un artículo sobre el asunto: «Veamos: en el fondo, el mundo de Anna Magnani es, si no idéntico, parecido al de Sordi: los dos romanos, los dos populares, los dos dialectales, profundamente teñidos de un modo de ser particular, el modo de ser de la Roma plebeya. Y, sin embargo, la Magnani ha obtenido tanto éxito fuera de Italia […] Alberto Sordi, no. Parece intraducibie. Es como una canción popular que no se puede transcribir. Lo vemos, lo escuchamos, lo disfrutamos nosotros, en nuestro mundo particular».
Pasolini seguía: «¿De qué tipo es la risa que suscita Alberto Sordi? Pensadlo bien un momento: es una risa de la cual uno se avergüenza un poco». La suya es «la comicidad que nace de la fricción, con la variopinta y estandarizada sociedad moderna, de un hombre cuyo infantilismo en vez de producir ingenuidad, candor, bondad, disponibilidad, ha producido egoísmo, cobardía, oportunismo, crueldad. Es una desviación del infantilismo».
El propio Sordi, que definía Italia como «trágica al veinticinco por ciento, cómica al setenta y cinco por ciento», tenía una definición sobre su humor: «En mis películas me limito a expresar las inquietudes de todos nosotros, es decir, el pesimismo».
Alberto Sordi murió unos meses antes de que yo llegara a Roma. No pude conocerle. Durante la noche del 24 de febrero de 2003 falleció en su casa, a causa de una enfermedad pulmonar. Su cadáver fue trasladado al Ayuntamiento, en el Capitolio, para recibir el homenaje de cientos de miles de personas. Uno de los primeros en acudir fue el presidente de la República, Cario Azeglio Ciampi: «Sordi supo interpretar los sentimientos de los italianos», dijo Ciampi, «sobre todo en nuestros momentos más difíciles y duros». El 27 de febrero se celebró su funeral en la catedral de San Juan de Letrán. Medio millón de personas acudieron a despedirle. Ese domingo, los jugadores de la Roma y de la Lazio lucieron un brazalete negro como signo de duelo.
Es muy difícil pasar en taxi por las Termas de Caracalla y la Piazza de Numa Pompilio sin que el taxista señale hacia lo alto de una colina y salude: «Aó, la casa d'Albé». Yo también lo hago cuando paso cerca de aquella villa donde vivió Sordi: «Aó, la casa d'Albé».
Mario Monicelli, para mí el mejor director de cine italiano, disfruta evocando una de las grandes frases de Alberto Sordi. Cedo la palabra a Monicelli: «Una tarde le comenté que, visto lo mucho que trabajaba, había seguramente ahorrado un montón de dinero, al menos mil millones de liras, quizá mil quinientos. Sordi me respondió: “¿Tú estás loco? Más, mucho más”. “Y entonces ¿por qué no te casas, por qué no fundas una familia?” El me salió con esta frase, completamente espontánea: “¿Y qué quieres que haga, que meta a una extraña en casa?”». Es una de las más mezquinas definiciones del matrimonio, pero no es de las más descabelladas: meter a una extraña, o a un extraño, en casa. En cualquier caso, la frase define sobre todo a Sordi: tacaño, egoísta, desconfiado, cobarde. Sordi fue esas cosas. Y, además, fascista. También fue, a su manera, un tipo maravilloso. Y encarnó como nadie la romanidad. Sordi fue Roma.
Valdría la pena pasar unos años estudiando italiano, y luego olvidarse un poco de él y adentrarse en el romanesco, sólo para escuchar a Alberto Sordi. La ciudad hablaba con su voz. Cuando filmó Ladrón de bicicletas, Vittorio de Sica (que como Anna Magnani y el propio Sordi había comenzado en la revista ligera romana) eligió a Albertone para un papel exclusivamente vocal: es la voz del vendedor de bicicletas en el mercadillo popular de Porta Portese.
Sordi nació en 1920 en el Trastevere y cantó en el coro infantil de la Capilla Sixtina. Eso marca. Quiso estudiar arte dramático en Milán, pero le expulsaron de la escuela por su exagerado acento romano. Fue la voz italiana de Stan Laurel (El flaco), cosa comprensible; también fue la voz italiana de Robert Mitchum, cosa mucho menos comprensible. Además de hacer doblaje, ejercía por las noches como cantante y bailarín de revista. Y durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de una banda de música del ejército fascista, como virtuoso de la mandolina. Eso también marca.
Fue un gran admirador de Mussolini y no lo ocultó años más tarde, cuando resultaba incómodo: «Mussolini se convirtió en el padre de los italianos y los vistió de uniforme porque, como cualquier padre de familia, no quería ver los defectos de sus retoños. Distribuyó a los jóvenes en diversas ramas institucionales que les proporcionaban todo lo que les hacía falta: la salud, el deporte, el estudio, el trabajo. Desecó los terrenos pantanosos e hizo todo cuanto aún se ve en las ciudades: el Foro Itálico, las escuelas, los barrios para pobres, el cine. Para mí, quizá porque coincidió con los años de mi adolescencia y mi primera juventud, aquélla fue una época bellísima, despreocupada, una especie de largo y dulce sueño. El antifascismo de aquel periodo estaba representado tan sólo por políticos que querían alcanzar el poder, mientras el ciudadano, el pueblo italiano, era fascista, es decir, se adecuaba al régimen y no se sentía descontento, al menos hasta que, sin darnos apenas cuenta, nos encontramos todos con un fusil en la mano». En el caso de Sordi, con una mandolina.
Albertone tardó en alcanzar el éxito. Tenía ya treinta y tres años cuando rodó dos películas con Federico Fellini, El jeque blanco e I vitelloni. Inmediatamente después de acabar I vitelloni trabajó con Steno (Stefano Vanzina), un gigante de la comedia apenas conocido fuera de Italia, que le dirigió en Un giorno in pretura (Un día en el juzgado). Sigue siendo una película divertida, pero el gran mérito de Steno consistió en permitir a Sordi que creara, con plena libertad, uno de sus mejores personajes: Nando Mericoni. Su impacto popular fue tan grande que Steno y Sordi recuperaron a Mericoni al año siguiente, 1954, como protagonista de Un americano en Roma.
Nando Mericoni, trasteverino como el propio Albertone, fue la primera caricatura sordiana, absolutamente feroz, del romano medio. Mericoni era arrogante con los débiles y servil con los poderosos, mentiroso, gandul, oportunista, gorrón. Y se empeñaba en ser americano. Ese es un rasgo que no ha cambiado desde Un americano en Roma y desde que Renato Carosone, en 1956, compuso Tu vuo' fa' l'americano: el romano, el italiano en general, es incapaz de decir cuatro frases sin soltar alguna palabra inglesa, pronunciada de forma extremadamente discutible. Para satisfacer esa pasión llega a prescindir de algunas de las más bellas palabras italianas. En gran parte del mundo se utiliza, para definir algo que va en aumento, la palabra crescendo. En Italia, no. Un italiano preferirá la inglesa scalation.
En 1959 Sordi protagonizó El moralista, otra sátira del italiano medio, hipócrita y sin más ideología ni principios éticos que sus intereses inmediatos, y uno de los grandes peliculones de todos los tiempos: La gran guerra, de Mario Monicelli. La gran guerra, con Vittorio Gassman como soldado milanés y Sordi como soldado romano, también caricaturizaba al italiano. Lo hacía, sin embargo, mostrando sus dos caras, la cómica y la trágica, la cobarde y la valiente: los soldados Jacovacci y Busacca, un par de inútiles capturados por los austríacos, están dispuestos a traicionar a su país y pasar información al ejército enemigo con tal de salvar la vida, pero no soportan el insulto de un oficial y se dejan fusilar por puro orgullo.
Sordi siguió caricaturizando en películas como El médico de la mutua, Il vigile o El taxista. Como director podría ser calificado de normalito, si no hubiera filmado Néstor, el último viaje: uno de los homenajes más bellos, duros y emotivos que se le han hecho a Roma. Para mí, Sordi alcanza en esa película el nivel del mejor Vittorio de Sica. Cuenta la historia de un viejo conductor de carrozas cuyo caballo, Néstor, no puede ya con su alma. El dueño de la carroza vende el vehículo a los estudios de Cinecittà y el conductor intenta salvar del matadero al caballo, al que considera un amigo. Al final no lo consigue. Las escenas del matadero son terribles, casi insoportables, y poca gente se animó a ver la obra. Lástima.
Se ha discutido mucho sobre dónde acababan las caricaturas de Sordi y dónde empezaba el propio Sordi. La cuestión es compleja, porque Albertone, que vivía con su hermana y su secretaria, gastaba poco, creía más en los curas que en los políticos y consideraba que Italia no tenía remedio, se parecía bastante a sus personajes. El gran debate, sin embargo, se centra en una pregunta: ¿por qué Sordi no tuvo éxito en el extranjero? Los grandes actores italianos (Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni), por no hablar de actrices como Anna Magnani o Sofía Loren, se convirtieron en ídolos internacionales. Sordi, no. Uno de sus biógrafos, Goffredo Fofi, ofreció una explicación: «Sordi es irrecuperable, es malvado, es nuestro yo oculto, es nuestro código extremo, es nuestra auténtica realidad. Sordi expone nuestro horror y nos libera de nuestro horror. Se podría añadir: Sordi es un cómico catártico, mientras los otros no lo son; los otros quieren gustarnos y nos gustan, mientras Sordi camina en dirección contraria: no quiere gustarnos ni complacernos, se diría que quiere disgustarnos».
Pier Paolo Pasolini, que fue un admirador declarado de Sordi, escribió un artículo sobre el asunto: «Veamos: en el fondo, el mundo de Anna Magnani es, si no idéntico, parecido al de Sordi: los dos romanos, los dos populares, los dos dialectales, profundamente teñidos de un modo de ser particular, el modo de ser de la Roma plebeya. Y, sin embargo, la Magnani ha obtenido tanto éxito fuera de Italia […] Alberto Sordi, no. Parece intraducibie. Es como una canción popular que no se puede transcribir. Lo vemos, lo escuchamos, lo disfrutamos nosotros, en nuestro mundo particular».
Pasolini seguía: «¿De qué tipo es la risa que suscita Alberto Sordi? Pensadlo bien un momento: es una risa de la cual uno se avergüenza un poco». La suya es «la comicidad que nace de la fricción, con la variopinta y estandarizada sociedad moderna, de un hombre cuyo infantilismo en vez de producir ingenuidad, candor, bondad, disponibilidad, ha producido egoísmo, cobardía, oportunismo, crueldad. Es una desviación del infantilismo».
El propio Sordi, que definía Italia como «trágica al veinticinco por ciento, cómica al setenta y cinco por ciento», tenía una definición sobre su humor: «En mis películas me limito a expresar las inquietudes de todos nosotros, es decir, el pesimismo».
Alberto Sordi murió unos meses antes de que yo llegara a Roma. No pude conocerle. Durante la noche del 24 de febrero de 2003 falleció en su casa, a causa de una enfermedad pulmonar. Su cadáver fue trasladado al Ayuntamiento, en el Capitolio, para recibir el homenaje de cientos de miles de personas. Uno de los primeros en acudir fue el presidente de la República, Cario Azeglio Ciampi: «Sordi supo interpretar los sentimientos de los italianos», dijo Ciampi, «sobre todo en nuestros momentos más difíciles y duros». El 27 de febrero se celebró su funeral en la catedral de San Juan de Letrán. Medio millón de personas acudieron a despedirle. Ese domingo, los jugadores de la Roma y de la Lazio lucieron un brazalete negro como signo de duelo.
Es muy difícil pasar en taxi por las Termas de Caracalla y la Piazza de Numa Pompilio sin que el taxista señale hacia lo alto de una colina y salude: «Aó, la casa d'Albé». Yo también lo hago cuando paso cerca de aquella villa donde vivió Sordi: «Aó, la casa d'Albé».
tacitus- Mensajes : 21866
Fecha de inscripción : 17/05/2016
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